La fábula de los camellos del Sáhara

Bajo el sol inclemente del desierto, un grupo de camellos se acercaba a un pequeño oasis. Era un pozo de agua cristalina, un tesoro en la inmensidad de arena. Como era costumbre, los camellos más viejos y sabios se adelantaron para beber primero, disfrutando del agua más pura. Detrás de ellos, los camellos más jóvenes esperaban su turno, resignados a beber del agua un poco más turbia que quedaba al fondo.

Un joven camello, impaciente y sediento, alzó la voz con frustración. "¡Ay, cuánto desearía ser un camello viejo!", exclamó con amargura. "Así podría beber de los primeros y tener agua limpia, no esta agua embarrada que nos toca a los jóvenes".

Un viejo camello, de jorobas caídas y pelaje canoso, lo escuchó y soltó una risa seca. "Pues yo, con gusto, cambiaría mi privilegio por tu juventud", dijo, suspirando. "Dar un sorbo de esta agua clara no compensa el dolor de mis huesos, ni las noches de frío que me calan hasta el alma. Daría todo por recuperar tu vigor y tu vitalidad, por dejar atrás mis achaques y correr libre por las dunas, como tú lo haces".

Ambos se miraron, el joven con anhelo de vejez y el viejo con nostalgia de juventud. Fue en ese momento que se acercó un camello de mediana edad, con el porte sereno de quien ha visto lo suficiente. Con voz tranquila, se dirigió a ambos.

"Dejad ya vuestros sueños y lamentos", les dijo. "Ni la juventud es una carga que deba pasarse por alto, ni la vejez es un peso que debáis desear. Cada etapa de nuestra vida tiene su propio valor y sus propias bendiciones. Tú, joven camello, disfruta de la fuerza que tienes, de la energía que te permite cruzar dunas y descubrir nuevos caminos. El respeto y los privilegios de los mayores ya te llegarán, si el desierto así lo permite".

Luego, se dirigió al viejo. "Y tú, anciano, no olvides que ya has tenido la fortuna de ser joven. Disfrutaste de la vitalidad que ahora anhelas y ahora eres respetado por la sabiduría que has acumulado. Los años pasan para todos y es la ley del desierto que las generaciones sigan su curso".

El camello maduro dio un paso hacia el pozo, bebió un trago largo y profundo, y al terminar, se apartó. Miró a los otros dos y les recordó el viejo dicho del desierto.

"El desierto nos enseña una lección fundamental", dijo. "Cuando llegues al pozo, bebe y deja tu sitio a otro. El mundo no es para que una sola generación lo retenga, sino para que todos lo vivan, cada uno en su momento".

El joven camello y el viejo camello se miraron de nuevo, esta vez con una comprensión silenciosa. El joven bebió el agua que le tocó, sin quejarse. El viejo, al ver la resignación del otro, asintió con una sonrisa. Ambos comprendieron que lo más valioso no era el agua que bebían, sino la sabiduría que habían recibido: cada momento de la vida es un regalo que debe ser vivido y aceptado tal como es.