Las cosas importantes de una bulliciosa ciudad siempre recaían sobre los hombros de su alcalde.
Esa tarde, el alcalde caminaba por un sendero tranquilo. Su frente estaba fruncida, pues su mente era un hervidero de pensamientos cruciales: el nuevo impuesto de aceras, el discurso para la inauguración de la estatua del Perro Sabio, y si la sopa de la cena llevaría picatostes. Todos problemas de suma importancia, claro está.
Caminaba con paso firme y pesado, sin mirar a dónde ponía sus elegantes zapatos de cuero.
¡Crac!
El alcalde notó un crujido bajo su suela, pero ni se molestó en detenerse. Solo echó un vistazo rápido y distraído al suelo. Vio los restos de un par de cáscaras marrones y algo de polvo. «Alguna basura del camino», pensó con desdén. Siguió su marcha, absorbiendo de nuevo sus importantísimos asuntos de gobierno.
—El cemento del nuevo parque debe ser más resistente... y los picatostes... ¡sí, definitivamente deben ser caseros! —murmuró para sí, ajeno a todo lo demás.
Cuando el eco de sus pasos se hubo perdido a lo lejos, dos pequeños seres asomaron sus narices grises de entre un agujero en la base de un gran roble. Eran dos ratoncitos.
Con ágil destreza, se acercaron al punto exacto donde el alcalde había pisado. Allí, entre el polvo y la tierra, yacían las semillas de dos nueces perfectamente liberadas de sus duras cáscaras. El peso del alcalde había hecho el trabajo.
—¡Qué maravilla! ¡Funcionó a la perfección! —exclamó uno de los ratones, recogiendo el nutritivo manjar.
El otro ratón mordisqueaba un trozo mientras asentía con la cabeza, muy serio.
—Por supuesto que funcionó. Estos animales que andan a dos patas y hacen tanto ruido son muy útiles. Dejan la pepita limpia, sin que tengamos que desgastarnos los dientes.
Los ratones se rieron entre bigotes.
—Y lo gracioso es que no se dan cuenta. ¡Estaba pensando en estatuas y en cosas de humanos! Ocupan tanto espacio, se creen tan importantes, pero ni siquiera se enteran de que los estamos usando.
—Viven en su burbuja de problemas que ellos mismos se inventan. "Impuestos, discursos, picatostes...", repiten las palabras. Siempre preocupados por cosas que solo importan en su pequeño mundo —dijo el ratoncito, encogiéndose de hombros.
—Si supieran... —el otro ratoncito agitó la cola y rió aún más fuerte— que el "importante" alcalde es solo una máquina de romper nueces para nosotros. ¡Una máquina a la que le importa más la sopa que lo que pisa!
—Pobrecillos, son tan grandes y tan despistados. Hemos usado a varios ya, y nunca se dan cuenta de nada —concluyeron mientras arrastraban su tesoro hacia el agujero del roble, listos para un festín.
La verdadera importancia no siempre se encuentra donde hay más ruido o más poder, sino a menudo en los pequeños actos y en la perspicacia de quienes saben aprovechar la distracción ajena. Lo que para unos es un estorbo insignificante, en este caso, un paso en falso, para otros es una gran solución: una nuez pelada.
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