"Siempre di que sí, Mico. La mano extendida es el camino a la paz", le susurraba su madre. Y Mico lo grabó a fuego.
Pronto, el "sí" de Mico no solo fue para el Jefe. Era para el mandril que pedía ayuda para construir su nido, para la mandril que necesitaba cargar su fruta, para el que simplemente quería que le rascaran la espalda. Su vida se convirtió en una maratón de favores ajenos. Su pelaje se veía opaco por el cansancio, y sus ojos reflejaban la desesperación de quien lleva un yunque de tareas.
"¡No puedo más!", gimió un amanecer, sintiendo que iba a explotar.
Decidió buscar una solución y pensó en el lugar más improbable: la Academia de Filosofía. Se encontraba en un templo en ruinas, carcomido por el musgo y la historia, donde un sabio mandril, el Maestro Zenón, enseñaba la sabiduría de los antiguos.
Mico se arrastró hasta allí y encontró al Maestro Zenón rodeado de sus jóvenes pupilos, discutiendo un antiguo pergamino. Con voz temblorosa, le expuso su miseria: "Maestro, no sé decir "no". Estoy atrapado en un bucle de 'síes' que me están consumiendo. Necesito que me enseñe el arte del rechazo".
Zenón, con su barba gris moviéndose al viento, sonrió. "Joven Mico, has venido al lugar correcto para aprender una de las palabras más poderosas de la vida". Llamó a sus alumnos: "¡Jóvenes filósofos, vengan! Ayuden a nuestro nuevo amigo con su lección".
Luego, mirando fijamente a Mico, le impuso la tarea:
"Para que el 'no' nazca en ti con verdad, deberás decir "no" a cada uno de mis alumnos, uno por uno. Diles que no harás lo que te pidan, sin importar qué sea."
Mico sintió que se le detenía el corazón. Una punzada de pánico recorrió su cuerpo.
"Pero... si digo "no" a los alumnos, le estoy diciendo que "sí" al Maestro, cumpliendo su orden."
"Y si digo "sí" a esta orden, me mantengo en mi vieja costumbre de ser obediente."
"¡Pero si digo que "no" a la tarea del Maestro para no tener que rechazar a nadie, le estoy diciendo que "no" precisamente a él, la primera persona a la que debería obedecer!"
El pensamiento lo golpeó como un rayo de luz en la jungla. ¡El Maestro lo había puesto en una paradoja genial! La única forma de escapar de su prisión mental de obediencia era ejercer su derecho a decir "no", incluso si eso significaba, inicialmente, obedecer una instrucción para hacerlo.
Mico se echó a reír, una risa clara y liberadora que no había conocido en años.
Se puso de pie con la espalda recta. Los alumnos se acercaron, y cada uno le pidió un favor: "Mico, ¿me pasas esa fruta?", "Mico, ¿me ayudas a ordenar estos pergaminos?".
A cada uno, Mico miró a los ojos y dijo con firmeza y calma: "No."
Cuando terminó, se giró hacia el Maestro Zenón, que asentía con aprobación. Mico sonrió de nuevo y, con un guiño de pura picardía, dijo: "Maestro, no volveré mañana. No lo haré."
Zenón soltó una carcajada profunda. "¡Bravo, Mico! ¡Has aprendido la lección de la autonomía!"
Mico dio las gracias a todos y bajó corriendo de las ruinas. Al llegar con el Mandril Jefe, este ya lo esperaba con una lista de tareas. Mico tomó la lista, la miró y, por primera vez, sintió una paz profunda. Devolvió la lista y con una sonrisa sincera, le dijo al Jefe:
"Jefe, de esta lista, haré la primera y la última. No haré el resto. Hoy tengo una cita conmigo mismo."
El Jefe parpadeó, desconcertado, pero Mico ya estaba yendo a su propia cabaña, ligero como una pluma, sabiendo que ya no sería esclavo de sus obligaciones, sino el dueño de sus elecciones.
Mico había descubierto que el verdadero servicio no es la obediencia ciega, sino la elección consciente. Aprender a decir "no" a los demás es, en realidad, decir "sí" a uno mismo, a su tiempo y a su paz interior. La sabiduría de los antiguos te enseña que no hay libertad sin límites, al menos para que los demás no te la invadan.
La idea de esta fábula surgió de un texto de Víctor Amat.
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