En el corazón de un denso bosque, vivía un camaleón cuya vista era la envidia de todas las criaturas. Con sus ojos independientes, podía escanear absolutamente todo lo que lo rodeaba, percibiendo cada hoja que caía, cada sombra que se movía. Su visión era panorámica y total, una ventaja que usaba para evitar cualquier sorpresa. Sin embargo, esta vigilancia constante lo mantenía en un estado de preocupación incesante; vivía temiendo lo que podría pasar en cualquier punto de su vasto horizonte. Al tratar de tenerlo todo cubierto, perdía el control sobre su propia calma, lo que lo hacía débil y lo distraía de lo inmediato.
En contraste, habitaba en una rama alta un gran Búho. Sus ojos, grandes y fijos, le otorgaban una visión muy limitada en comparación a la del camaleón, obligándolo a enfocarse profundamente solo en lo que tenía justo delante. Su perspectiva era enfocada y profunda, dedicando toda su atención a analizar en detalle un sector importante, pero pequeño si lo contrastamos con el del camaleón. Este enfoque reducía su percepción de la amenaza general, pero intensificaba su capacidad de acción dentro de su foco.
Una tarde, mientras el Camaleón se esforzaba por monitorear un peligro a su derecha y otro a su izquierda, se concentró tanto en lo lejano que no prestó la debida atención a la rama que tenía justo enfrente. El Búho, que había estado observando esa rama con su habitual concentración, descendió en silencio. A pesar de la visión total del Camaleón, fue atrapado con una precisión desconcertante.
El Camaleón, inmovilizado y confundido, exclamó:
—¡Pero cómo es posible! Yo lo vi todo, mi visión cubre todo el círculo. ¡Usted apenas puede ver de frente!
El Búho apretó un poco su agarre y respondió con voz profunda:
—Es verdad. Yo solo veo una pequeña porción de tu increíble visión, y en esa incertidumbre se basa mi método. Tú ves todo y por eso no ves nada con la suficiente claridad. Vives atrapado por la posibilidad de que todo suceda.
El Búho hizo una pausa y continuó:
—Para vivir y actuar con efectividad, no necesitas tener una certeza completa. Solo debes enfocar tu acción y preocupación en aquello que realmente puedes gobernar y asegurar. Ese es tu objetivo principal. En cuanto a todo lo que está completamente fuera de tu poder, debes simplemente cuidarte de que no te pueda derrotar. No gastes tu energía en tratar de abarcar todas las posibles amenazas, sino en asegurar la solidez de tu posición en lo que controlas. Tu gran visión, al buscar evitar cualquier sorpresa, te hizo perder la calma y la capacidad de responder a la amenaza enfocada. La dosis justa de preocupación es la que te impulsa a la acción, no a la parálisis.
El Camaleón, al fin, comprendió la paradoja de su visión. Su capacidad omnicomprensiva, en lugar de darle seguridad, le había generado una preocupación que lo había debilitado y lo había distraído del ataque que venía de la zona que sí debería haber controlado: su frente. La incertidumbre, si no se maneja con enfoque, anula la ventaja de la perspectiva.
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