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November 12, 2025

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La Fábula del Castor Perfecto


En la Gran Presa del Río, vivía una colonia de castores conocida por su diligencia. Entre todos, destacaban dos jóvenes muy distintos, cuyos nombres reflejaban, sin querer, sus naturalezas.

El primer castor se llamaba Aurelio, un nombre que sonaba a "áureo" o "dorado". Aurelio era la perfección hecha castor. Su pelaje brillaba, sus dientes nunca se desafilaban y, cuando construía algo, era una obra de arte simétrica e impecable. Él lo sabía y se lo recordaba a quien quisiera oírlo. Se pavoneaba, llamándose a sí mismo "el castor de diez, de matrícula de honor".

El segundo castor era Benito, un nombre que venía de "bendito" o "bueno". Benito era más bien normalito. Trabajaba con esfuerzo, sus diques eran robustos, aunque a veces torcidos, y sus provisiones eran adecuadas, pero no espectaculares. Era, con suerte, un castor de cinco, de aprobado raspado.

Un día, la Jefa Neva, la castor más anciana y sabia, reunió a la colonia.

—Necesitamos provisiones de emergencia para el invierno —anunció Neva—. Solo el alimento recogido hoy asegurará la supervivencia de la mitad de la colonia.

Aurelio hinchó el pecho y se adelantó con una sonrisa confiada.

—¡Jefa Neva! Por supuesto que iré yo. Solo yo puedo traer el cien por cien de lo necesario. ¡Mi técnica de recolección es inigualable!

Pero la Jefa Neva movió su gran cabeza.

—Gracias por tu entusiasmo, Aurelio. Pero hoy enviaré a Benito.

Aurelio se quedó boquiabierto, sintiendo que su brillante pelaje se erizaba por la ofensa.

—¡¿A Benito?! —protestó, levantando la voz—. ¡Pero si él solo consigue el cincuenta por ciento en todo! ¿Cómo puede usted enviarle a él antes que a mí, el castor de matrícula de honor?

La Jefa Neva miró fijamente al vanidoso Aurelio.

—Aurelio, recordemos el pasado. Hace una semana te pedí que trajeras alimento. ¿Qué pasó?

—Yo… yo me esforcé por traer el botín perfecto —explicó Aurelio, con un tono justificativo—. Vi unas bayas jugosas, pero al llegar a ellas noté que no estaban lo suficientemente maduras. Luego, encontré unas raíces deliciosas, pero tardé tanto en limpiarlas de tierra para que fuesen perfectas, que el sol se puso. Estaba tan oscuro que no pude volver con la carga inmaculada que esperaba.

—Es decir —concluyó Neva con calma—, por querer traer el cien por cien, la excelencia sin tacha, no trajiste nada.

—Pero Jefa, la calidad es lo primero. ¡Lo que Benito traiga será mediocre!

—Quizás lo sea, Aurelio —respondió Neva—. Pero prefiero a un castor que traiga el cincuenta por ciento de lo que necesitamos y lo consiga, que a uno que promete el cien por cien y regresa con las manos vacías por buscar la perfección. En este trabajo, no se trata de lo increíble que seas, sino de los resultados que entregas. Se trata de ser eficaz, no de ser perfecto.

Benito se despidió y se fue al bosque con su pala y su canasta. Horas después, regresó. Su carga no estaba organizada de forma bonita, y no era la cantidad máxima posible, pero era exactamente la mitad de lo que la colonia necesitaba para vivir y al próximo día conseguiría la otra mitad, sin duda.

Mientras Benito descargaba sus provisiones, Aurelio se quedó en silencio, observando cómo la provisión que salvó a la colonia no la trajo el castor perfecto, sino el que simplemente se enfocó en cumplir el objetivo.

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