Pero cada atardecer, la marea, indiferente y poderosa, avanzaba. Y cada noche, con un suave murmullo de espuma, la destruía por completo.
Una mañana, al ver solo una mancha húmeda donde horas antes había levantado su última obra maestra, Ermes golpeó sus pinzas contra una roca y soltó un lamento amargo.
—¡Qué inútil! ¡Qué absurdo es todo! —se quejó—. ¡Día tras día, me esfuerzo en esta labor que no deja huella! Para mañana, mi mansión no es más que un recuerdo salado. ¡La vida es una burla, una tarea sin fruto!
Desde una grieta en la roca, una Araña de patas largas y ojos brillantes, llamada Seda, lo escuchó con paciencia. Estaba hilando, justo donde la brisa marina agitaba sus delicados hilos.
—Vaya, vaya —dijo Seda, sin dejar de tejer—. Pareces tener un problema con tus construcciones. ¿De verdad crees que la valía de algo está en cuánto tiempo dura?
Ermes bufó. —¡Por supuesto! ¿Qué sentido tiene construir algo que sabes que se derrumbará antes del amanecer?
Seda terminó de anudar un punto crucial de su red y la inspeccionó con orgullo.
—Mira mi trabajo, Ermes. Cada anochecer, levanto mi telaraña. Y si no es un pájaro torpe, es una ráfaga de viento, un animal grande que pasa sin mirar, o simplemente, ha cumplido su propósito y ha capturado su presa, quedando tan sucia e inservible que debo desmantelarla yo misma. Rara vez dura más que una noche.
La araña deslizó una de sus patas, probando la tensión de un hilo.
—¿Y sabes qué? No me quejo. No importa si mi obra no sigue en pie. La alegría no está en la ruina de la mañana, sino en el proceso de tejer; en la precisión de los ángulos, en la belleza de la simetría y en la promesa de la recompensa. Y cada día, me empeño en hacerla mejor, más bonita y más eficaz que la anterior. Aunque solo sea por unas horas, ese esfuerzo vale la pena.
Seda miró al cangrejo, con su red vibrando ligeramente con la brisa.
—Nuestras vidas y nuestras obras son como tu mansión y mi tela: fugaces, efímeras. Pero la belleza y el sentido están en que, a pesar de lo breve, tenemos la oportunidad de crear, de vivir y de intentar hacer la mejor versión de nuestro arte antes de que la marea o el viento nos borren. La vida es maravillosa, Ermes, y aunque nos golpee a diario, merece la pena tejerla.
Ermes miró su arena mojada. Luego, miró la tela de la araña, que ya captaba los primeros rayos de sol. Una media sonrisa asomó en su rostro. Recogió un poco de arena con sus pinzas.
—Tienes razón, Seda. Quizás lo que hago no está destinado a durar, sino a ser hecho.
Ese día, Ermes comenzó una nueva mansión. No era para que durase, sino para ser la mejor mansión de arena que él pudiera construir. Y esta vez, no la hizo con amargura, sino con la alegría y la precisión de un artista que sabe que su tiempo es limitado.
Ermes comprendió que el valor de la vida y de nuestro esfuerzo no se mide por cuánto tiempo perduran, sino por la alegría, la dedicación y la excelencia que ponemos en el acto de crearlos, una y otra vez, incluso sabiendo que son fugaces.









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