La Leona y la Gacela Traidora

Una tarde de cacería, una leona experimentada logró atrapar a una gacela. La gacela, temblando de miedo y con lágrimas en los ojos, suplicó a la leona:

—¡Por favor, gran leona, no me comas! Soy solo una pequeña porción para ti. Si me dejas libre, te prometo que haré algo mucho mejor por ti. Iré en busca de mis hermanas y, con engaños, las guiaré a un lugar donde tú y tu manada podrán cazarlas y alimentarse sin ningún esfuerzo.

La leona la miró con profunda desconfianza. La oferta era tentadora, pero la traición resonaba de forma desagradable en sus oídos. Sin embargo, la leona pensó: “Una gacela cobarde querrá escapar y no volver. No tengo nada que perder si la dejo escapar, y si vuelve, la recompensa será grande.”

—Bien —dijo la leona con voz grave—. Te dejaré ir. Pero si no vuelves, la próxima vez que te vea, serás mi cena sin excusas.

La gacela huyó. La leona, en el fondo, esperaba que la gacela desapareciera para siempre.

Pasaron varias horas y para sorpresa de la leona, la gacela traidora reapareció, jadeando pero con una extraña mezcla de miedo y satisfacción en sus ojos.

—¡He cumplido, gran leona! —dijo la gacela—. Les prometí a mis hermanas un prado nuevo, con el pasto más verde y maravilloso que hayan visto. En poco tiempo, estarán allí, confiadas y desprevenidas. Es un lugar perfecto donde tu manada podrá cazarlas a su antojo.

La leona no podía dar crédito a la desvergüenza y la bajeza del acto. Aun así, el hambre de su manada era real.

Inmediatamente, la leona reina alertó a las demás leonas y les indicó el lugar. Las gacelas, engañadas por su hermana y confiando en la promesa de un festín vegetal, acudieron al prado. Allí, la manada de leonas las cazó sin problema.

Las leonas, que no eran codiciosas, solo tomaron las gacelas que necesitaban para alimentarse y dejaron en paz a las que no requerían para su sustento, permitiéndoles huir sin causarles más daño.

Cuando la cacería terminó y la manada se disponía a comer, la gacela traidora se acercó a la leona reina con aires de suficiencia.

—He cumplido mi parte del trato, leona reina. Ahora, mi vida está a salvo.

En ese instante, la leona reina, sin mediar palabra, le propinó un zarpazo mortal.

La gacela cayó al suelo, moribunda, y con su último aliento, preguntó con un hilo de voz:

—¿Por... por qué? Hice lo que me pediste. Salvé mi vida al entregarte a mis hermanas.

La leona la miró fijamente y respondió con frialdad:

—No puedo fiarme de ti. Si no tuviste ningún reparo ni remordimiento en vender a tu propia sangre, no serías leal a nadie. Aunque solo posees una pequeña cornamenta que nunca dañó a una leona, si has sido capaz de esta traición hacia tus hermanas, ¿cómo podría yo confiar en que, en algún momento futuro, no usarás esas mismas puntas como armas para apuñalarme y matarme? Una criatura capaz de traicionar a los suyos, será capaz de cualquier cosa.

Acto seguido, la leona devoró a la gacela traidora con un pensamiento en su cabeza: "quien traiciona a los suyos por egoísmo o conveniencia, jamás inspirará confianza en quienes le observan. La deslealtad es un arma de doble filo que, a largo plazo, siempre termina volviéndose contra quien la esgrime."

Imagen obtenida de Pinterest.