Ya han pasado cinco años.
Hoy leeréis, oiréis y veréis muchas cosas sobre el 11 M. Yo no quiero relatar nada más que mi experiencia. Espero hacerlo bien, por mi propia autocrítica.
En aquel entonces (2004) yo trabajaba en un instituto en Alcalá de Henares. Como cada mañana, yo iba en bus desde la parada de Canillejas a la del Chorrillo, un barrio popular de Alcalá. Fui a clase y la jornada iba normal. En una cambio de clase vi que estaban escuchando los compañeros la radio en la sala de profesores. No era normal, pero tampoco tenía nada de raro. Subí al aula de música (tercera planta sin ascensor) y empecé la clase como todos los días.
No sé cómo se enteraron, pero los niños ya sabían que había pasado algo. Encendimos el ordenador del aula de música y buscamos en los periódicos online si había información de un atentado. Jamás de los jamases podía yo imaginar que la situación era tan dramática. Ahí vi una imagen de un vagón de tren destrozado. Todos estábamos arremolinados frente a la pantalla. Entonces entró la jefa de estudios y me preguntó si sabía lo que había pasado. Por el momento parecía que habían muerto varias decenas de personas. Ya era tremendo el dato. No cabía pensar la magnitud de lo que había pasado de verdad.
Entonces una alumna se puso nerviosísima. Un ataque de ansiedad. Le faltaba el aire. No recuerdo si su padre o su madre viajaban en tren para ir a Madrid a trabajar. Acompañada de su mejor amiga bajó corriendo a llamar por teléfono (aún no tendría móvil) y pronto volvió más tranquila. Estaba bien. Había salido más tarde por algún asunto personal y no le tocó.
Luego se suspendieron las clases. Nadie tenía la cabeza en los estudios. Organizamos una concentración improvisada y el silencio de los chicos era sobrecogedor. Y también la tristeza. Ya se sabía que los muertos pasaban de cien.
Algunos chicos y profesores estaban muy nerviosos y se dijeron muchas cosas en caliente, sin pensar. No se sabía quién lo había hecho y las ideas políticas de algunos impedían ver con claridad que no importaba tanto el quién, sino lo terrible de la situación. Luego hay tiempo para políticas, juicios, investigaciones y demás. No era el momento.
Cuando volví a Madrid, por la tarde, no se oía otra cosa en el autobús que la radio. Llegué a casa y pasé la tarde con la televisión encendida. Cada vez más alta la cifra de fallecidos.
Un compañero de mi mujer sí perdió a su esposa en el atentado. Estuvieron toda la noche buscándola de hospital en hospital y tardaron muchísimas horas en dar con ella. Lo único que recibieron fue un alubión de llamadas de periodistas, con el consiguiente agobio. No una llamada que acabase con su búsqueda.
Lo que sigue, ya lo sabéis. El día siguiente fue también muy difícil. Afortunadamente no había pérdidas personales en el instituto. Sólo parece que una madre había vivido la experiencia, pero no en los vagones que explosionaron. Lo que no podemos olvidar es que estábamos en Alcalá y casi todos los niños conocían a alguien que sí había sufrido directamente el atentado. Estaban muy serios y silenciosos.
Un par de días después, en la manifestación de Madrid, con una ciudad bajo la lluvia, un montón de personas (millones parece, pero no recuerdo) recorrimos el recorrido hasta Atocha. Al final casi nos aplastamos. Pero un sentimiento cívico impregnaba la situación. Todo era esperar turno con respeto para pasar por un pasillo de personas. No recuerdo en mi vida tanta sensación de pertenencia (por mi parte y por la de todos) y tanto civismo.
Era como si Madrid se hubiera concentrado en Atocha y desde allí se hubiera ido desparramando hacia las calles aledañas.
Al año siguiente, ya me había mudado y tenía que coger el tren para ir a Alcalá. No se quitaba de la cabeza que en una situación así ocurrió el 11 M. Y no se olvidará jamás, al menos los que vivimos ese día, aunque en la distancia, que un instante basta para acabar con la inocencia. Un poco, pero algo, todos morimos en esos trenes.
Hoy leeréis, oiréis y veréis muchas cosas sobre el 11 M. Yo no quiero relatar nada más que mi experiencia. Espero hacerlo bien, por mi propia autocrítica.
En aquel entonces (2004) yo trabajaba en un instituto en Alcalá de Henares. Como cada mañana, yo iba en bus desde la parada de Canillejas a la del Chorrillo, un barrio popular de Alcalá. Fui a clase y la jornada iba normal. En una cambio de clase vi que estaban escuchando los compañeros la radio en la sala de profesores. No era normal, pero tampoco tenía nada de raro. Subí al aula de música (tercera planta sin ascensor) y empecé la clase como todos los días.
No sé cómo se enteraron, pero los niños ya sabían que había pasado algo. Encendimos el ordenador del aula de música y buscamos en los periódicos online si había información de un atentado. Jamás de los jamases podía yo imaginar que la situación era tan dramática. Ahí vi una imagen de un vagón de tren destrozado. Todos estábamos arremolinados frente a la pantalla. Entonces entró la jefa de estudios y me preguntó si sabía lo que había pasado. Por el momento parecía que habían muerto varias decenas de personas. Ya era tremendo el dato. No cabía pensar la magnitud de lo que había pasado de verdad.
Entonces una alumna se puso nerviosísima. Un ataque de ansiedad. Le faltaba el aire. No recuerdo si su padre o su madre viajaban en tren para ir a Madrid a trabajar. Acompañada de su mejor amiga bajó corriendo a llamar por teléfono (aún no tendría móvil) y pronto volvió más tranquila. Estaba bien. Había salido más tarde por algún asunto personal y no le tocó.
Luego se suspendieron las clases. Nadie tenía la cabeza en los estudios. Organizamos una concentración improvisada y el silencio de los chicos era sobrecogedor. Y también la tristeza. Ya se sabía que los muertos pasaban de cien.
Algunos chicos y profesores estaban muy nerviosos y se dijeron muchas cosas en caliente, sin pensar. No se sabía quién lo había hecho y las ideas políticas de algunos impedían ver con claridad que no importaba tanto el quién, sino lo terrible de la situación. Luego hay tiempo para políticas, juicios, investigaciones y demás. No era el momento.
Cuando volví a Madrid, por la tarde, no se oía otra cosa en el autobús que la radio. Llegué a casa y pasé la tarde con la televisión encendida. Cada vez más alta la cifra de fallecidos.
Un compañero de mi mujer sí perdió a su esposa en el atentado. Estuvieron toda la noche buscándola de hospital en hospital y tardaron muchísimas horas en dar con ella. Lo único que recibieron fue un alubión de llamadas de periodistas, con el consiguiente agobio. No una llamada que acabase con su búsqueda.
Lo que sigue, ya lo sabéis. El día siguiente fue también muy difícil. Afortunadamente no había pérdidas personales en el instituto. Sólo parece que una madre había vivido la experiencia, pero no en los vagones que explosionaron. Lo que no podemos olvidar es que estábamos en Alcalá y casi todos los niños conocían a alguien que sí había sufrido directamente el atentado. Estaban muy serios y silenciosos.
Un par de días después, en la manifestación de Madrid, con una ciudad bajo la lluvia, un montón de personas (millones parece, pero no recuerdo) recorrimos el recorrido hasta Atocha. Al final casi nos aplastamos. Pero un sentimiento cívico impregnaba la situación. Todo era esperar turno con respeto para pasar por un pasillo de personas. No recuerdo en mi vida tanta sensación de pertenencia (por mi parte y por la de todos) y tanto civismo.
Era como si Madrid se hubiera concentrado en Atocha y desde allí se hubiera ido desparramando hacia las calles aledañas.
Al año siguiente, ya me había mudado y tenía que coger el tren para ir a Alcalá. No se quitaba de la cabeza que en una situación así ocurrió el 11 M. Y no se olvidará jamás, al menos los que vivimos ese día, aunque en la distancia, que un instante basta para acabar con la inocencia. Un poco, pero algo, todos morimos en esos trenes.
8 comments:
Que cerquita lo tuvistes, pone los vellos de punta
Un abrazo
Un día terrible... mucho más terrible que el 11-S pues nos tocó mas de cerca. Sobre todo cuando piensas que, como en mi caso, ese día pude haber cogido ese tren, y luego conoces a gente que ha sufrido una pérdida en ese atentado.
Yo em lleve dias llorando y la impotencia que, desde aqui, no podia ayudar ni a dar sangre. Tengo muchos, muchisimos amigos en Madrid, y primos, y gracias a Dios a nadie le paso nada.
Pero fue un dia terrible.
Fue muy terrible y la cosa sigue siendo dura para todos los que lo sufrieron directamente o por los suyos.
Sólo quería compartir con vosotros cómo viví aquellos días. Otro fragmentito que añadir a lo que todos vivimos.
Si a mí me sobrecogió tanto algo que me quedaba tan lejos en kilómetros, me puedo hacer una idea de la profunda impresión que os causaría a los que tan cerca os pilló, con tantas noticias e incertidumbre.
Un saludo!
No, yo no es que lo viviese tan de cerca. Sólo que trabajaba en Alcalá y los niños sí tuvieron esperiencias más cercanas. Sólo quería contaros lo que viví y en parte gracias a los alumnos.
Lo que es cierto es que me sobrecogió como a todos.
No era especialmente necesario estar cerca del suceso. Tampoco importaba ser de Madrid o no. Ese desafortunado día, desde Barcelona, muchos lo vivimos como si hubiese sucedido al lado de nuestra propia casa y como si personas cercanas a nuestro entorno hubiesen perdido la vida en ese tren.
Mi mujer y yo lo vivimos desde el televisor de nuestras casa, pero nos sacudió la onda expansiva de las explosiones; como a la gran mayoría.
Eso es lo que quería decir, Kioskero. Lo triste es que muchos de mis alumnos lo tuvieron muy de cerca. Algo les marcaría, seguro.
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