Érase una vez, en un almacén lleno de cosas, una llave que tenía una misión muy importante. Era una llave especial, hecha para un candado grande que protegía la entrada del almacén. Cada mañana, su dueño la usaba para abrir el candado y, al anochecer, la usaba para cerrarlo de nuevo. Era su rutina, su propósito, y la llave se sentía completa al saber que era tan útil.
Un día, un ladrón entró en el almacén. En lugar de usar la llave, rompió el candado con fuerza. El dueño, al encontrarlo, tiró el candado roto a la basura. La llave, sin su compañero, se sintió inútil y perdida. El dueño la guardó en una caja con otras llaves viejas, donde la llave se quedó en la oscuridad y el olvido.
La llave se sentía muy triste. No tenía un candado que abrir, no tenía una razón para existir. "No soy nada", pensó para sí misma. "¿Qué soy si no puedo abrir el candado?".
Entonces, una llave muy vieja que estaba a su lado en la caja habló. Su metal estaba un poco oxidado, pero su voz era amable.
"No te preocupes," dijo la llave vieja. "Mi candado está en alguna parte, pero no me han usado en años. No te definas por tu candado. Eres una llave, sin más. No eres ni más ni menos útil solo porque no tengas una cerradura que abrir. Tu valor no está en lo que abres, sino en lo que eres por tu propia cuenta. Eres una llave, y eso es suficiente."
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