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July 28, 2025

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Fábula de la tortuga introvertida en un mundo de liebres extrovertidas

La otra fábula de la liebre y la tortuga o la carrera silenciosa de Serafina

En el alegre pueblo de Vivaz, donde los sauces susurraban secretos y el río cantaba melodías, la vida vibraba al ritmo de las liebres. Eran criaturas de risas fuertes, saltos audaces y conversaciones que llenaban el aire de entusiasmo. Para ellas, el valor de un día se medía por la cantidad de abrazos dados, las fiestas compartidas y las ideas lanzadas al viento. En Vivaz, la extroversión no era solo una característica; era la corriente que movía el molino de la vida, el estándar dorado con el que se medía todo éxito y felicidad. Las liebres más aplaudidas eran las que organizaban los eventos más ruidosos, las que hablaban más alto en las reuniones y las que tenían la agenda social más abultada.

Pero no todas los habitantes de Vivaz eran liebres. También estaban las tortugas, criaturas de movimientos pausados y miradas contemplativas. Y entre ellas, destacaba Serafina, una tortuga con un caparazón de un verde esmeralda, pulido por la calma y el tiempo. Serafina amaba la tranquilidad de su hogar, el murmullo de las hojas y el suave latido de su propio corazón. Su caparazón no era solo su hogar; era su refugio, un santuario donde podía retirarse del bullicio de Vivaz, un espacio íntimo donde su mente florecía en paz.

Las liebres, en su bienintencionada exuberancia, a menudo malinterpretaban la quietud de Serafina. "¿Por qué te escondes, Serafina?", le preguntaba Lolo, la liebre más ruidosa y sociable. "¡La vida está aquí afuera, llena de amigos y diversión! ¡Sal y salta con nosotros!" Lola, otra liebre incansable, insistía: "¡Si no participas en la gran danza, te perderás la melodía!" Las tortugas eran vistas como "las raras", las que no entendían la alegría de compartir cada instante.

Un día, el Gran Consejo de Liebres de Vivaz anunció un desafío: una carrera desde el centro del pueblo hasta la cima de la Colina del Resplandor. No era solo una carrera de velocidad, sino también de "espíritu social". Los participantes debían detenerse en varios puntos para charlar, animar a la multitud y demostrar su "brillo social". Las liebres, por supuesto, estaban eufóricas. Todas se inscribieron, compitiendo por quién lograría la mayor ovación.

Serafina, para sorpresa de todos, también se inscribió. Las liebres se rieron suavemente. "¿Para qué, Serafina?", preguntó Lolo con una sonrisa. "No te ofendas, pero esta carrera es para los rápidos y los que saben cómo hacer amigos en cada esquina." Serafina solo sonrió con calma. "Mi camino es diferente, pero es mi camino."

El día de la carrera, las liebres salieron disparadas, saludando a diestra y siniestra, sus voces resonando por todo el valle. Se detenían en cada puesto, riendo, bromeando y abrazando a la multitud, ganando aplausos ensordecedores. Serafina, por su parte, avanzaba a su propio ritmo constante. En cada parada, observaba en silencio, ofrecía una sonrisa genuina a quienes se le acercaban y escuchaba atentamente a quienes le hablaban. No buscaba la ovación, sino la conexión. En lugar de grandes discursos, sus pocas palabras eran profundas y sinceras. Cuando el bullicio era demasiado, se retiraba brevemente bajo su caparazón, recargando su energía antes de seguir adelante. Las liebres la veían y pensaban que estaba perdiendo el tiempo.

A medida que la carrera avanzaba y las liebres se cansaban de su propia algarabía, algunos de sus saludos se volvían forzados y sus sonrisas menos auténticas. Empezaron a sentir el peso de tener que estar "encendidas" constantemente. Pero Serafina, fresca y tranquila, seguía su ritmo. En la última parada, justo antes de la cima, las liebres estaban agotadas, sus voces roncas y sus saltos menos enérgicos. Serafina llegó, y aunque no había hecho tanto ruido como ellas, la gente que la había conocido en su camino recordaba su calma, su atención y la paz que irradiaba.

Cuando Serafina cruzó la línea de meta en la cima de la Colina del Resplandor, no hubo estruendosos aplausos. Hubo algo más significativo: un silencio respetuoso, seguido de murmullos de admiración y algunas sonrisas cálidas. Las liebres, aunque la mayoría la había superado en velocidad y en "puntos de entusiasmo", observaron a Serafina. Vieron su serenidad, su quietud y la auténtica conexión que había forjado con aquellos pocos que se habían tomado el tiempo de ver más allá de la superficie.

Lolo, que había llegado el primero, se acercó a Serafina, no con burla, sino con una nueva comprensión en sus ojos. "Serafina", dijo, "creíamos que la única forma de llegar a la cima era saltando y gritando. Pero tú… tú llegaste a tu manera, y de alguna forma, también llegaste a nuestros corazones."

Las liebres comenzaron a entender que la fuerza no siempre reside en la voz más alta o en el paso más rápido. Que algunos caminos se recorren mejor en silencio, con introspección y con la voluntad de retirarse para luego avanzar con más fuerza. Comprendieron que la necesidad de las tortugas de su caparazón no era un rechazo al mundo, sino una forma de honrar su propia energía y de procesar la vida a su manera.

Desde aquel día, Vivaz no cambió por completo, pero se volvió un lugar un poco más consciente. Las liebres seguían siendo ruidosas y alegres, pero ahora entendían que el pueblo era más rico con la diversidad de sus habitantes. Aprendieron a valorar la quietud de las tortugas, a respetar sus pausas y a reconocer que el brillo no solo venía de los focos, sino también de la luz interior que cultivaban aquellos que se tomaban su tiempo para ser simplemente ellos mismos. Y Serafina, la tortuga introvertida, siguió viviendo a su ritmo, sabiendo que su victoria no había sido sobre las liebres, sino por la comprensión de que todos, sin importar su naturaleza, tienen un lugar valioso en el gran tapiz de la vida.

Porque la verdadera fortaleza reside en honrar tu propia naturaleza. En un mundo que a menudo celebra la extroversión, la introspección y la calma tienen su propio poder, y es crucial reconocer y respetar las diferentes maneras en que cada ser florece.

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