¡Ah, tú eres el nuevo brote, Herbámala, ¿no? ¡Goblop soy, Portador de la Campana y ojo avizor de esta peculiar morada! ¡No te me duermas, que el tiempo apremia y la ignorancia es más peligrosa que un estornudo de dragón en un polvorín!
Verás, muchacho verdoso, esta no es una torre cualquiera, ¡no señor! La Torre de Rudesindus es un crisol de lo extraño, un hervidero de lo inesperado y, seamos sinceros, un manicomio con almenas. Aquí la lógica se dobla como una cuchara de hojalata y las leyes de la naturaleza son más bien… sugerencias.
Y luego está Rudesindus. ¡Ah, el Amo! Un mago… peculiar, digamos. Imagina un viejo pergamino arrugado, con barba como maleza salvaje y ojos que brillan con ideas tan brillantes como peligrosas. Un genio, sí, pero de esa clase de genio que olvida dónde dejó las llaves de su propia biblioteca y cree que los lutines somos meros apéndices con patas. Se ausenta más que el buen juicio en una pelea de taberna, dejándonos a nosotros, pobres diablos pequeños, a lidiar con sus trastos, sus experimentos fallidos y sus… invitados. ¡Ay, los invitados!
Pero, ¿qué es un lutín, te preguntarás con esos ojillos de sapo recién salido del huevo? Pues somos la mano de obra barata del Infierno, pequeños demonios con contratos… digamos… inflexibles. Trece años de servicio a este viejo excéntrico a cambio de aquello que más anhela nuestro corazón oscuro. Algunos quieren poder, otros riquezas, tú… bueno, tú pareces tener una afición un tanto… terrosa, ¿no? ¡Hongos de azufre! ¡Cada quien con sus vicios, supongo!
Y tú, Herbámala, eres un caso aparte, incluso para un lutín. ¡Un lutín del Dominio de las Plantas! ¡En mis trece años de contrato no había visto cosa igual! La mayoría chapuceamos con fuego fatuo, sombras escurridizas o el arte de hacer desaparecer calcetines. Pero tú… ¡tú susurras a las hojas y entiendes el lenguaje de las raíces! Interesante… y potencialmente útil para desatascar alguna tubería, supongo.
Te conozco ya un poquito, ¿verdad? Ordenado eres, dicen. ¡Ja! Veremos cuánto dura esa pulcritud en este caos mágico. Persistente como una mala hierba, aseguran. ¡Eso sí que te servirá para cuando tengas que sacar agua de ese pozo traicionero! Y ágil como una ardilla nerviosa. ¡Bueno para esquivar las zarpas de Lucifer, ese minino infernal con hambre crónica!
Pero no todo es color de rosa, ¿verdad, brote tierno? También te catalogan de olvidadizo. ¡Espero que no olvides mis instrucciones, o Rudesindus te recordará tus fallos con creces! Desobediente, ¡un espíritu libre, eh! Aquí la libertad se mide en la longitud de tu cadena contractual, ¡así que más te vale aprender a seguir órdenes! Y entrometido… ¡mantén tu nariz donde pertenece, pequeño fisgón, o podrías acabar conociendo los intestinos de la Bestia Sin Nombre más de cerca de lo que quisieras!
Y tus artes… escabullirte será tu pan de cada día en esta torre llena de peligros y miradas curiosas. Encontrar objetos perdidos… ¡vaya don! Rudesindus pierde más cosas que un bebé dientes. Y trepar… ¡las estanterías de la biblioteca son más altas que las torres del Infierno, así que aférrate bien!
Hoy te sientes resuelto, dices. ¡Bien! Esa es la actitud. Pero recuerda, pequeño Herbámala, la resolución sin astucia es como un hongo sin esporas: ¡inútil! Mantén los ojos abiertos, los oídos alerta y la boca cerrada a menos que sea para preguntar… o para quejarte en voz baja, como hacemos todos.
El mundo de la Torre de Rudesindus es un lugar… especial. Aprende sus secretos, respeta (o al menos aparenta respetar) al Amo, y sobre todo, ¡no te conviertas en el almuerzo de nadie! ¡Ahora muévete, que el trabajo no se hace solo y Goblop tiene una campana que tañer… y si tú fallas, tendré más trabajo para hacer! ¡Y eso, muchacho, no está en mi contrato! ¡Arreando!
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