El sol caía sobre el campo, iluminando las miles de pequeñas bolitas de estiércol que los escarabajos habían creado. El camino que descendía hacia el valle era sinuoso y lleno de obstáculos, como pequeñas piedras y raíces. Al final del camino, se abría un profundo barranco, cuyas oscuras profundidades se perdían de vista.
Dos escarabajos peloteros, eran expertos en la fabricación de sus preciadas bolas de estiércol, pero tenían métodos muy distintos para transportarlas.
Una era una escarabajo muy cautelosa. Conocía bien los peligros del camino y siempre mantenía sus patitas firmemente pegadas a su bola. Avanzaba con rapidez pero con seguridad, asegurándose de que su trabajo no se perdiera.
La otra escarabajo, por el contrario, era más atrevida. Pensaba que su bola era tan perfecta que podía rodar sola, sin necesidad de su ayuda. Así que un día decidió dejar que la gravedad hiciera su trabajo. Empujó su bola con fuerza y la observó cómo se deslizaba cuesta abajo con rapidez, siguiéndola de cerca, pero sin intervenir.
La primera le preguntó a la otra, "¿estás segura de que es buena idea dejar que la bola ruede sola? El camino es muy traicionero." a lo que la respondió "No te preocupes. Mi bola es perfecta y sabe dónde ir. No necesita que nadie la controle."
Al principio, todo iba según lo planeado. La bola libre era más rápida que la controlada. Sin embargo, cuando el camino se curvó bruscamente, la escarabajo no pudo reaccionar a tiempo. Su preciada bola se desvió y cayó por un barranco, desapareciendo de su vista.
La escarabajo se dio cuenta de que su arrogancia la había dejado sin nada. Tendría que empezar de nuevo, recolectando pacientemente el estiércol y moldeando una nueva bola. Mientras tanto, su compañera, con su bola segura entre sus patas, continuaba su camino hacia el mercado, donde seguramente recibiría una buena recompensa por su esfuerzo.
Imagen tomada de depositphotos.
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