Boletos
Domitila había ido al centro a hacer unos mandados y antes de volver al barrio se había parado a comprar un décimo. Con el boleto dobladito en el monedero bajó las escaleras mecánicas y empezó a soñar. “¿Y si me toca? ¿Qué me compraré?”
El metro llegó y se pudo sentar. A esas horas no había casi nadie y no faltaban sitios ni tenía que compartir espacios.
En la primera estación bajó un chico joven. Domitila pensó “a este, una moto. Pero claro, ¿y si tiene un accidente?” En la segunda estación se bajó una mujer joven y Domitila volvió a dilucidar. “A esta, un viaje en avión.” Pero pensó, “no, mejor que no. ¿Y si se cae el avión?” En la tercera parada un señor con pelo canoso y pensó Domitila “a este, una cena lujosa con una amante. ¡Ay, no, que igual le da un infarto!”
Y así transcurrió el viaje. Su parada era la siguiente. El convoy entró en el tunel, negro como el tizón. Domitila era la última pasajera y pensó “¿y yo?” Entonces se dió cuenta de la suerte que tenía de haber vivido, de no haber bajado del tren de la vida demasiado pronto, de haber vivido. Y pensó “¿para qué quiero soñar más si tengo todos mis mandados? ¡A mí, qué leñe, que me toque el gordo!”
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