Estando en la oscuridad de una sala de cine, la pantalla cobró vida con la familiar historia de "Los Tres Cerditos". El público, expectante, siguió con atención las peripecias de los pequeños constructores y las astutas tretas del Lobo Feroz. Cuando, finalmente, el cazador apareció para abatir al lobo, un estruendoso aplauso llenó la sala. Entre vítores y exclamaciones, una voz clara y fuerte se alzó: "¡Te lo mereces!".
Para sorpresa de todos, el Lobo, agonizante en la pantalla (aunque sólo de mentirijillas, como se muere en el cine), abrió un ojo y miró directamente al espectador que había hablado. Con un hilo de voz, pero con una furia contenida, preguntó: "¿Y por qué me lo merezco?". El espectador, sobresaltado por la inesperada interacción, tartamudeó: "Pues... porque eres el malo de la película".
El Lobo, con un suspiro teatral, se irguió ligeramente en la pantalla, ignorando por un momento su fatal destino. "Ah, el malo de la película", repitió con cierta amargura. "Déjame decirte algo, querido espectador. ¿Crees que esta historia sería tan emocionante si no hubiera un rival como yo? Si los cerditos simplemente construyeran sus casas sin ningún desafío, ¡habrías visto una película aburridísima! Solo verías cerditos apilando ladrillos y paja. Las historias nacen del conflicto, de la tensión entre fuerzas opuestas. Sin un antagonista de peso, muchas narraciones pierden toda su gracia".
Hizo una pausa, mirando a los demás espectadores, algunos con el ceño fruncido, otros intrigados. "Además", continuó el Lobo, "soy un lobo. No puedo dejar de serlo, ¿verdad? No puedo alimentarme de fresas y lechugas, mi naturaleza me impulsa a cazar. Y tú, espectador, tú también comes cerditos. Quizás en el camino de la graja a tu plato, el trato que les dais es mucho menos piadoso que el que yo intento dar a estos tres. Al menos yo les doy una oportunidad de defenderse".
Un murmullo de desaprobación se extendió por la sala. El público comenzó a abuchear, indignado por las palabras del Lobo. Este, viendo la futilidad de su alegato, suspiró de nuevo. Se dejó caer con un dramatismo exagerado, cerrando los ojos para siempre (o al menos hasta la próxima sesión). La sala recuperó su silencio, los créditos empezaron a rodar, y el Lobo, desde el reino de los personajes fílmicos, se guardó sus opiniones.
Y así, aunque el Lobo sabía que tenía razón, aprendió que a veces es más difícil convencer a alguien de cambiar de opinión, incluso con argumentos sólidos, que cambiar el cauce de un río. Se conformaría con ser el "malo", si eso significaba que la historia seguiría siendo emocionante.
0 comments:
Post a Comment