Pues sí, parece que ha llegado otro año a la peculiar torre de Rudesindus, y con él, una nueva tanda de tareas "encantadoras" para nuestra querida Herbámala. ¡Goblop ya está afilando su pluma, listo para narrar la siguiente serie de desventuras!
Primera Tarea: El Sin Nombre que no Cuida su Higiene (Limpiar el Pozo de la Bestia Sin Nombre)
El aire en la torre pareció densificarse de miedo cuando la voz de Rudesindus resonó por los aposentos de los lutines, con un toque de peculiar entusiasmo.
Rudesindus llama a nuestro lutín. "¡Herbámala! ¡Has sobrevivido otro año! ¡Impresionante! Tu resiliencia es casi... admirable". ¡Ahora, a por tu próximo privilegio: el Pozo de la Bestia Sin Nombre!
Un escalofrío colectivo recorrió a los demás lutines. Incluso Goblop dejó caer su refrigerio por un instante.
"¡Sí, el Pozo!" dice Rudesindus. "Está... un poco desordenado. La Bestia Sin Nombre, a pesar de su aterradora necesidad, no está precisamente ordenada. Necesita una buena limpieza, una buena ventilación. ¡Y tú, pequeño retoño, eres justo el indicado para el trabajo! ¡Baja, límpialo y asegúrate de que esté reluciente! Ah, e intenta salir con vida, ¿quieres? Algunos de tus predecesores... bueno, digamos que se convirtieron en parte del ecosistema del Pozo. No te preocupes, la Bestia es necesaria para mis experimentos. Su comodidad es primordial. ¡Tu supervivencia, en cambio, es solo una ventaja!"
La Odisea del Limpiador Minúsculo: Herbámala vs. El Pozo del Terror (y sus Olores)
¡Y así fue como Herbámala, con las rodillas temblando más que los huesos de Ismael el Peregrino, se dirigió al Pozo de la Bestia Sin Nombre! Si Lucifer, el gato de Rudesindus, era un peligro, ¡esta Bestia Sin Nombre prometía ser una pesadilla con dientes y un aliento que haría desmayar a un troll! La sola idea de asomarse a ese abismo oscuro y maloliente le provocaba escalofríos hasta en sus diminutas raíces.
Pero Herbámala, a pesar de su miedo (que era considerable), tenía un as bajo la manga: ¡su tamaño! "Si soy tan pequeñito", pensó con una lógica aplastante (para un lutín), "¡será una ventaja frente a un bicho grande y feo como la Bestia Sin Nombre! ¡Seguro que ni me ve!" Una estrategia brillante, si no fuera porque la Bestia Sin Nombre tenía una reputación de "ver" cosas que ni siquiera existían.
Armado con un cepillo que era más grande que él y un cubo que parecía una piscina olímpica, Herbámala se asomó al borde del pozo. El hedor era… indescriptible. Una mezcla de cieno antiguo, calcetines de ogro olvidados y el aliento de mil demonios con resaca. Nuestro pequeño lutín, con el corazón latiéndole como un tambor de guerra, se aferró a la idea de que su diminuto tamaño lo haría invisible.
Con la agilidad de una araña en una telaraña, Herbámala comenzó a descender por el borde del pozo, buscando los puntos menos asquerosos para apoyar sus pies. Cada movimiento era una proeza. Intentó usar su magia vegetal para que unas pequeñas enredaderas le ayudaran a sujetarse, pero el cieno era tan espeso que las pobres plantas se negaban a cooperar. "¡Ni hablar!", parecían susurrar las enredaderas, "¡Esto es demasiado para nosotras!"
Mientras raspaba una capa particularmente pegajosa de… algo… un leve gorgoteo resonó desde las profundidades. Herbámala se quedó inmóvil, con el cepillo a medio camino. ¿Era la Bestia? ¿Estaba… despertando? El pequeño lutín contuvo la respiración, rezando a todos los dioses de las plantas para que su tamaño realmente fuera su salvación. El gorgoteo se repitió, más cerca esta vez. ¡Un chapoteo! ¡Y luego, una burbuja de un gas verdoso y maloliente emergió de las profundidades, estallando justo delante de su nariz!
Herbámala tosió, sus ojos llorosos. ¡La Bestia Sin Nombre no solo estaba ahí, sino que parecía tener problemas de gases! ¡Y muy, muy apestosos! El pequeño lutín se dio cuenta de que su tamaño no lo hacía invisible, ¡solo lo hacía más vulnerable a las emanaciones tóxicas!
Con renovado pánico, Herbámala redobló sus esfuerzos, raspando y fregando con una velocidad que nunca creyó posible. Tenía que salir de allí antes de que la Bestia decidiera que un lutín con olor a lejía era un aperitivo interesante. Finalmente, con los pulmones ardiendo y cubierto de una capa de mugre indeterminada, Herbámala logró ascender del pozo. ¡Estaba vivo! ¡Y el pozo… bueno, estaba menos sucio!
Exhausto, pero con una sensación de triunfo (y náuseas), Herbámala se alejó del pozo. Había sobrevivido al terror inodoro de la Bestia Sin Nombre. Y había aprendido una valiosa lección: ser pequeño es una ventaja… ¡hasta que el "bicho grande y feo" decide que eres un bocado perfecto! ¡Goblop, que observaba desde la distancia, no pudo evitar una carcajada al ver a Herbámala cubierto de la inmundicia del pozo! ¡Otro día, otra victoria (peculiar) para nuestro pequeño héroe!
¡Permanezcan atentos para la próxima entrega de las desventuras de Herbámala! ¡Porque los viales del laboratorio de Rudesindus no se van a limpiar solos!
Segunda Tarea: La limpieza de los viales del laboratorio. Peligro en cada tarrito.
¡Saludos de nuevo, valientes (y algo despistados) seguidores de las crónicas de Herbámala! Goblop informa desde el corazón de la torre, donde el aire ya no huele solo a cieno de bestia, ¡sino a vapores extraños y a la inminente ira de Rudesindus!
Después de su "triunfal" escape del foso de la Bestia Sin Nombre (y la consecuente limpieza que dejó al pobre lutín cubierto de… bueno, de innombrables sustancias), Rudesindus, con su habitual sentido del humor (que solo él entiende), le lanzó a Herbámala su siguiente "sencilla" tarea: ¡Limpiar los Viales del Laboratorio!
"¿Limpiar unos viales de cristal?", pensó Herbámala con un suspiro de alivio. "¡Pan comido! ¡Mucho mejor que bestias con gases!" Pero nuestro pequeño amigo olvidaba un detalle crucial: no eran ventanas cualquiera. ¡Eran los viales del Laboratorio de Rudesindus! Y lo que contenían no era precisamente agua de lluvia.
Ahí estaban, cientos de ellos, burbujeando, humeando, cambiando de color o brillando con una luz inquietante. Concoctions que podrían convertir a un troll en una mariposa, o a un lutín en… ¡quién sabe qué! ¡Las sustancias podían ser volátiles o peligrosas al contacto! Y, por supuesto, romper algo era grave. Muy grave. No solo porque Rudesindus se pondría más rojo que un tomate explosivo, sino porque Herbámala podría terminar chamuscado, cubierto de baba, o peor aún, ¡con cinco piernas y cuatro brazos! Lo mejor, por supuesto, era ser meticuloso y no arruinar absolutamente nada.
Herbámala se encuentra en el corazón del laboratorio, rodeado de estanterías hasta el techo, repletas de viales, retortas y matraces de todas las formas y tamaños. El aire vibra con una energía extraña, y puedes sentir el cosquilleo de las pociones inestables. Cada vial parece contener su propia historia… y su propio peligro. Tienes un paño y un cubo de agua (¡esperemos que sea solo agua!).
El objetivo de Herbámala es limpiar la mayor cantidad de viales posible sin romperlos, mezclarlos o, lo que es peor, terminar mutado en una criatura de pesadilla. Necesitarás concentración y unas manos muy firmes.
La Danza del Hongo Andante: Cuando la Pereza Se Encuentra con la Química
Herbámala acometió la limpieza con confianza. Demasiada. Comenzó con los viales más pequeños, porque era vago y pensó que así, con un poquito de agua, ya los limpiaría. Todo fue bien hasta que llegaron los grandes. Ahí le venció la pereza y la vagancia. Quiso correr y los limpió con mucha más prisa. Unos quedaron muy sucios y se notaba, y otros se rompieron. Por suerte, no pasó nada más allá de tener que limpiar de sus ropas una capa de limo pegajoso que le produjo una extraña erupción cutánea que le hizo brillar en la oscuridad durante unos minutos.
Al final, logró limpiar la mayoría de los viales, pero la tarea fue tan estresante que terminó con un tic nervioso y vio colores extraños por un par de horas. También descubrió que una de sus herramientas de limpieza se había disuelto misteriosamente.
En ese momento, apareció como de la nada un vial luminoso, incandescente, que llamó poderosamente la atención de Herbámala. ¿Estaba antes ahí? No lo creía, pero Herbámala no pensó en nada más que en verlo de cerca, demasiado cerca. En cuanto lo tocó, se liberaron unos vapores que le transformaron temporalmente en una criatura hilarante e inútil: ¡un hongo andante con ganas de bailar! Por fortuna, el efecto se pasó al día siguiente.
Así, Herbámala sobrevivió a la limpieza de los viales, aunque con algunas secuelas temporales y la confirmación de que su curiosidad es un defecto muy, muy grande. ¡Goblop ya está pensando en qué tipo de criatura se convertirá la próxima vez!
¡Permanezcan atentos, porque aún queda una tarea más en este tercer año de servicio! ¡Y con Herbámala, el desastre (y la diversión) están garantizados!
Tercera tarea: La Gran Clasificación Caótica y el Arte de la Correspondencia Dispersa
¡Saludos, amantes del desorden organizado (o desorganizado, según se mire)! ¡Goblop vuelve a la carga con la última y, esperemos, menos pegajosa tarea de Herbámala en este tercer año de servicio!
Después de sobrevivir al aliento de la Bestia Sin Nombre y de convertirse temporalmente en un hongo bailarín (¡una imagen que Goblop aún no ha podido borrar de su mente!), Rudesindus, con su peculiar sentido de la "eficiencia", le ha encomendado a nuestro pequeño lutín la tarea final: ¡Ordenar la Correspondencia!
"¡Este año todo va de ordenar y limpiar!", refunfuñó Herbámala para sus adentros. "¿Quién se ha creído Rudesindus que soy? ¿Un limpiador? Bueno, da igual. Al final siempre salgo mal parado." Y no le faltaba razón.
La misión era clara (o tan clara como cualquier cosa en la Torre de Rudesindus): tenía que recorrer toda la torre para recoger todas las cartas que se encontraban dispersas en las habitaciones. ¡Todas! (Salvo, por supuesto, en la Prohibida, que ahí no podía entrar, para su eterna curiosidad). Al final, debía tener un montón apilado de cartas y ordenarlas para que Rudesindus pudiera leerlas.
Pero aquí es donde la mente de Herbámala, tan peculiar como sus habilidades vegetales, se desvió de la lógica. ¿Ordenarlas por emisarios? ¿Por importancia? ¿Urgencia? ¿Procedencia? ¡Bah! ¡Eso era para magos aburridos y secretarios con poco ingenio! A Herbámala le gustaba ordenarlas por si tenían caligrafías grandes o pequeñas, o si estaban ilustradas o sólo tenían texto! "A fin de cuentas", pensó con una sonrisa traviesa, "¡soy yo quien ordena, ¿no?!"
Herbámala se encuentra en la base de la torre, mirando hacia arriba, hacia los innumerables pasillos y habitaciones donde las cartas de Rudesindus han decidido echar raíces. Algunas sobresalen de debajo de las puertas, otras cuelgan de las lámparas de araña como murciélagos de papel, y unas pocas incluso parecen haber sido usadas como nidos por alguna criatura alada. La tarea es monumental, y su criterio de clasificación es… único.
Su objetivo es recolectar todas las cartas y apilarlas según su peculiar sistema. Necesitará paciencia, una buena vista y, quizás, un poco de suerte para no activar alguna trampa olvidada.
La Carta Perdida (Y el Lutín Envenenado por la Tinta)
Con su peculiar entusiasmo (y esa pizca de vagancia que siempre le acompaña), Herbámala se lanzó a la tarea de la recolección. Poco a poco, las cartas fueron apareciendo, algunas tan sucias o dañadas que nuestro pequeño amigo apenas podía distinguir la caligrafía o las ilustraciones. Era como intentar leer la mente de un gnomo borracho: ¡un despropósito! Para colmo de males, algunas de esas cartas venían con una sorpresa extra: ¡tinta mágica que te hacía escribir mensajes secretos sin querer! Herbámala terminó con las manos cubiertas, garabateando tonterías invisibles en el aire sin darse cuenta.
Pero eso no fue lo peor. Mientras hurgaba detrás de una pila de correspondencia olvidada, se topó con algo inesperado: ¡un nido de arañas venenosas! ¡No habréis visto correr más rápido a un lutín en la vida! Y mira que Herbámala es diminuto; ¡su escape fue una auténtica proeza de velocidad y pánico!
Tras unos días recopilando cartas, con los nervios de punta y las manos que parecían un lienzo abstracto, Herbámala por fin las tuvo todas. Las colocó cuidadosamente en la mesa del escritorio de Rudesindus, listo para aplicar su ingenioso sistema de clasificación: tamaño de caligrafía, presencia de ilustraciones… un caos perfecto para cualquier mortal, pero un orden divino para un lutín.
Sin embargo, el destino (o alguna maldición de la torre) tenía otros planes. Justo cuando Herbámala había apilado con esmero las cartas, una corriente de aire malintencionada, más traviesa que un diablillo en la noche de travesuras, se coló por una ventana. Las cartas, al ser apiladas, se cayeron y se mezclaron de nuevo. ¡Y lo peor de todo es que algunas cartas, impulsadas por esa misma corriente, salieron volando, esparciéndose por toda la torre, ¡obligándole a empezar de cero!
Para un lutín tan vago como Herbámala, aquello fue una auténtica desgracia. Volver a empezar significaba semanas de recorrer la torre, esquivar arañas y mancharse con tinta. Pero, a pesar de todo, Herbámala lo logró. La tarea, que parecía sencilla al principio, le llevó semanas de esfuerzo y exasperación.
¡Otro año de servicio, otro éxito (con muchos "peros") para nuestro incansable Herbámala! ¡Goblop ya está pensando en la rendición de cuentas de este año, que promete ser tan desastrosa como las cartas recién "ordenadas"!
¿Qué nuevas explicaciones descabelladas tendrá Herbámala para Rudesindus esta vez?
La Gran Justificación (y el Escape por los Pelos)
¡Y así llegamos al clímax del tercer año de servicio de Herbámala! El aire en la Torre de Rudesindus no solo olía a pociones volátiles y a fango de bestia, ¡sino también a la inminente tormenta de la rendición de cuentas! Goblop se ha puesto su gorro de cronista de batallas, porque esto promete ser épico.
La puerta del estudio de Rudesindus se abrió con un ominoso chirrido. El mago estaba sentado en su imponente sillón, con una pila de pergaminos impecablemente ordenados a un lado, y una ceja levantada que prometía problemas. El lutín, Herbámala, entró con una sonrisa que intentaba ser confiada, pero que se parecía más a una mueca de pánico.
El mago no perdió el tiempo. Con un dedo índice que parecía querer señalar todas las desgracias del universo, apuntó al suelo. "¡Herbámala!", tronó su voz, "¡Explícame por qué hay restos de fango del foso de la Bestia Sin Nombre por toda la Torre! ¡Mis alfombras, mis libros, incluso mi taza de té matutina ha aparecido con una sospechosa mancha verdosa!"
El pequeño lutín se irguió, intentando parecer digno. "¡Ah, Amo Rudesindus!", exclamó con una voz que era un poco demasiado aguda. "¡Eso es… eso es prueba de mi diligencia! Verá, la Bestia Sin Nombre… ¡es un ser de proporciones colosales! Y su foso… ¡requiere una limpieza vigorosa! El fango es… ¡el sudor de mi esfuerzo! ¡Una prueba fehaciente de que me adentré en las profundidades del horror para asegurar la higiene de su... su mascota experimental!"
Rudesindus resopló, pero Herbámala no le dio tiempo a replicar. "Y los hongos, Amo", continuó el lutín, gesticulando con sus manos aún ligeramente brillantes por la tinta mágica. "¡Los hongos del laboratorio! ¡Son… son una manifestación de la vida! ¡Una prueba de que su laboratorio es un lugar tan fértil que incluso la vida brota en medio de los vapores más peligrosos! ¡Es un milagro de la naturaleza, Amo! ¡Y temporal, por supuesto! ¡Ya no estoy bailando, lo juro!"
El mago entrecerró los ojos, y Herbámala sintió un escalofrío. La verdad sobre el hongo bailarín era un punto delicado. Pero el golpe final estaba por llegar. Rudesindus señaló la mesa, donde una montaña de sobres de correspondencia se alzaba en un caos que desafiaba toda lógica. "¡Y esto, Herbámala! ¡Esta… abominación! ¡Las cartas! ¡Están tan mal clasificadas que me va a llevar días entender algo! ¿'Caligrafía grande y brillante'? ¿'Con dibujos de gnomos'? ¡¿Qué criterio es este?!"
El lutín sudó la gota gorda. Esta era la parte más difícil. "¡Amo Rudesindus!", dijo, con una voz que intentaba sonar convincente. "¡Es… es un sistema revolucionario! ¡Una nueva forma de ver la correspondencia! Verá, las cartas con caligrafía grande suelen ser de gente… ¡importante! ¡Que no tiene tiempo para garabatear! Y las ilustradas… ¡son las más alegres! ¡Para levantarle el ánimo, Amo! ¡En estos tiempos tan… tan llenos de fango y hongos!"
Rudesindus se frotó las sienes. "¡Herbámala!", dijo con un tono que indicaba que su paciencia estaba a punto de explotar. "¡Mis cartas no son para levantarme el ánimo! ¡Son para gobernar un reino, para conjurar demonios, para pedir más té de ortigas! ¡No para admirar el arte de un duende con una pluma demasiado grande!"
El lutín se encogió, esperando el castigo. Una semana con Lucifer parecía un día de campo comparado con lo que se avecinaba. Pero entonces, Rudesindus suspiró, un suspiro que sonó a derrota. "Bien, Herbámala," dijo el mago, con una voz extrañamente cansada. "Admito que… tu creatividad es… innegable. Y el hecho de que hayas sobrevivido a la Bestia Sin Nombre y a mis viales sin convertirte en algo permanentemente inútil… es un logro." Se levantó, y Herbámala se preparó para lo peor. "Pero el fango, los hongos y, sobre todo, ¡estas cartas! ¡Me han dado un dolor de cabeza que ni mis mejores elixires pueden curar!"
El mago se acercó a la puerta, y Herbámala contuvo la respiración. "Por esta vez, Herbámala," dijo Rudesindus, casi con un tono de resignación, "te librarás del castigo físico. Pero… ¡tendrás que ayudarme a clasificar estas cartas correctamente! ¡Y no quiero ver ni un solo hongo bailarín en mi laboratorio! ¡Ahora, fuera de mi vista! ¡Y trae un cubo y un trapo, porque el fango no se va a limpiar solo!"
Herbámala parpadeó. ¿Se había librado? ¡Por los pelos! Salió del estudio con una sonrisa de oreja a oreja, aunque sus manos aún garabateaban mensajes invisibles. ¡Había sobrevivido al tercer año! Y lo mejor de todo: ¡había evitado el castigo de Lucifer! Goblop no pudo evitar una carcajada. ¡Herbámala siempre encontraba la manera de salir airoso, aunque fuera por pura chiripa!
¡Y así concluye el tercer año de las aventuras de Herbámala! ¿Qué nuevas desventuras le deparará el destino en la Torre de Rudesindus? ¡Goblop ya está impaciente por descubrirlo!
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