En un jardín exuberante, donde las flores tejían alfombras de colores y los árboles ofrecían sombra y frescura, se alzaba una jaula majestuosa. Era una jaula de oro, adornada con piedras preciosas y detalles exquisitos. Dentro, una bandada de canarios disfrutaba de una vida de lujos y comodidades.
Tenían a su disposición alpiste fresco, agua cristalina y juguetes de todo tipo. Los cuidadores se esmeraban en atenderlos, proporcionándoles todo lo que necesitaban y más. Los canarios, ajenos al mundo exterior, vivían felices y despreocupados.
Un día, un pequeño agujero apareció en los barrotes de la jaula. Era lo suficientemente grande como para que un canario pudiera escapar. La noticia se propagó rápidamente entre los habitantes de la jaula, generando un debate acalorado.
Algunos canarios, temerosos de lo desconocido, se aferraban a la seguridad de la jaula. Otros, impulsados por la curiosidad y el espíritu aventurero, soñaban con explorar el mundo exterior.
Entre ellos, una canaria joven y valiente, sentía una profunda inquietud. La jaula, por más lujosa que fuera, le parecía una prisión dorada. Anhelaba la libertad, el canto libre de sus congéneres en los árboles y la emoción de descubrir nuevos horizontes.
La incertidumbre la embargaba, pero una no dudó en salir y posarse en la rama de un árbol a escasos metros de la abertura. Los demás canarios se asustaron primero, pero luego se escandalizaron.
"¿Por qué sales? ¿No ves que eres una inconsciente?", le reprocharon.
La canaria respondió que era lo que ansiaba desde hacía mucho tiempo.
"No vas a poder encontrar alpiste para comer", le advirtieron. Ella replicó que lo buscaría y que, si no lo hallaba, aprendería a comer otras cosas.
Le dijeron que no tendría un techo para refugiarse, pero ella no se preocupó, afirmando que la naturaleza proveería algo que ella sabría aprovechar para cobijarse.
Al ver que no mostraba arrepentimiento por abandonar la jaula, los canarios intentaron herirla con palabras que reflejaban su propio sentir.
"No vas a tener descendencia, nadie fecundará tus huevos porque estarás sola", le espetaron.
La canaria respondió que no deseaba que sus futuros polluelos vivieran privados de libertad.
"No tendrás las riquezas de las que disfrutamos en la jaula", insistieron. La canaria les aclaró que ellos eran pobres que querían ser ricos, mientras que ella era pobre y no aspiraba a ser rica.
Uno de los canarios, tratando de convencerla, le dijo que en la jaula gozaría de más libertad que afuera.
La canaria le explicó que ser libre no era "tomarse la libertad" de aprovechar lo que ofrecía la jaula y sus cuidadores. La libertad, dijo, era responsabilidad, y ella estaba dispuesta a asumir la responsabilidad de dirigir su propia vida, con sacrificios y sentido del deber.
Los canarios, viendo que no lograban disuadirla, le dijeron que su esfuerzo sería inútil. Ella les respondió que la inutilidad era una de las cosas que más valoraba, ya que no necesitaba que todo lo que hiciera tuviera que ser útil.
Finalmente, los canarios desistieron en su intento de convencerla. La canaria, entonces, voló hacia la incertidumbre de la libertad, mientras que los demás canarios regresaron a sus ramas y comederos dentro de la jaula.
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