A un pequeño pueblo, junto a la orilla del río, llegó una golondrina. El año pasado, había construido el nido más hermoso que jamás se había visto en la región. Era una obra maestra de barro, ramitas y hojas, tan perfecta que todas las demás golondrinas la admiraban.
Este año, la golondrina estaba decidida a superarse. Quería construir el mejor nido de todos los tiempos. Se pasaba horas imaginando diseños, dibujando planos y seleccionando cuidadosamente los materiales. Mientras tanto, su vecina, una golondrina sencilla y práctica, ya había comenzado a construir su nido.
Mientras la golondrina perfeccionista supervisaba a un grupo de jóvenes golondrinas que la ayudaban con la construcción, su vecina se dedicaba de lleno al cortejo. La golondrina perfeccionista no tenía tiempo para esas cosas porque estaba demasiado ocupada con su proyecto.
Las semanas pasaban y la pareja vecina de la golondrina perfeccionista ya estaban empollando huevos. Nuestra protagonista, en cambio, seguía perfeccionando el diseño de su nido, buscando materiales aún más exóticos y refinados.
Cuando los polluelos de los vecinos nacieron, fue cuando la golondrina perfeccionista finalmente comenzó a colocar los andamios de su nido. Trabajando arduamente, junto con su cuadrilla de operarios, observaba cómo sus vecinos alimentaban a sus crías, les enseñaban a cantar y les preparaban para el primer vuelo.
Finalmente, llegó el día en que los polluelos de todos los nidos de golondrina emprendieron su viaje hacia la independencia. La golondrina perfeccionista, con su nido aún casi sin empezar, se dio cuenta de que había perdido un tiempo precioso. Había sacrificado la oportunidad de aparearse, criar una familia y disfrutar de la primavera.
Lo tenía decidido. Al año siguiente, construiría un nido simple y funcional.
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