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January 16, 2024

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¿Olvidé algo?

 ¿Olvidé algo?

Sara se encontraba en el Umbral del portal de su edificio, con la mirada fija, hipnotizada por el ruido de la calle que había más allá, donde los ecos de los coches y las personas que rugían y hablaban contaminaban el aire tanto como los tubos de escape y las chimeneas. No podía. Sus pies permanecieron clavados en el lugar, su corazón prisionero de una inquietud en aumento. Un susurro interno, insidioso e incapacitante resonó en sus oídos: "¿Olvidé algo?"


Una sacudida fría y eléctrica recorrió su espalda. Se dio la vuelta y subió las escaleras que conducían a su piso. Su mente bullía inventando peregrinas imposibilidades. "¡Oh, no, debí haber dejado las luces encendidas!" El miedo se apoderó de ella como una enredadera tenaz y se apresuró a regresar a su casa, al tiempo que sus pasos iban cargados de remordimiento.


Con manos temblorosas, abrió la puerta y alcanzó el interruptor de la entrada. No se había dejado la luz encendida. Aún así, encendió y apagó las luces. Lo que podría haber sido un alivio se convirtió únicamente en un respiro momentáneo en medio del océano de aprehensión. Las dudas, como fieras al acecho, pasaron del susurro al alarido, sembrando nuevas dudas: "¿Qué pasa si dejo el grifo abierto? Aunque parezca cerrado, igual no lo está del todo. ¡¿Y si algo terrible sucede en mi ausencia?!" La alarma corrió como un río desbordado y caminó apresuradamente hacia el baño, con el corazón latiendo cada vez más rápido y fuerte.


"El grifo está cerrado, de eso estoy segura. ¿Por qué dudo de mí misma?" —cuestionó, su voz apenas un susurro por encima del insistente pálpito de su corazón. Una sensación de inquietud se instaló en su estómago. Iba a ser toda la tarde una presencia constante en su ánimo, mermando la probabilidad de llegar a tiempo a la cena con sus amigas.


Iba de un lado a otro, prisionera de su propia mente y sus obsesiones, comprobando y volviendo a comprobar, cada paso alimentado por una angustia creciente. Pasaron momentos preciosos y las manecillas de su reloj se burlaron de su incapacidad para salir del círculo de obsesiones en el que estaba atrapada. "¡Estoy perdiendo el tiempo!" gritó, su voz resonó en el vacío de su hogar. "Tengo que ir a la cafetería. Pero no puedo irme hasta que esté seguro de que todo está en orden".


Finalmente, respiró hondo y salió por la puerta. La desazón que le prodicía el desasosiego de su comportamiento fue momentáneamente suprimida por la determinación de cumplir con su obligación e ir a la cita en el restaurante. Pero la idea de dejar la puerta abierta, una herida abierta más en la confianza en sí misma, la hizo regresar corriendo al interior. "¿Por qué estoy tan paranoica? Nunca antes había estado así. ¿Qué me está pasando?" su mente era un campo de batalla entre el miedo y la razón, un tira y afloja implacable entre la lógica y la compulsión.


Con un suspiro de resignación, sacó fuerzas de su sentido del deber, abrió la puerta de su casa para salir al rellano y la cerró con llave. Ya estaba fuera, pero no sentía ninguna alegría por haberlo conseguido. Le pesaba el ánimo con un lastre incalculable que hizo del camino al restaurante un viaje sin deseo, guiado por un hilo invisible que la dirigía a su destino sin el más mínimo ápice de resolución. "Tengo que irme. Mis amigas están esperando. Pero algo me detiene. ¿Qué es?". La pregunta no trajo una respuesta que calmara su incertidumbre. Su voz resonó en su mente arrojando una sombra oscura sobre la alegría que la velada había suscitado días antes en su estado de ánimo.


A medida que se acercaba al restaurante, su fachada habitualmente vibrante parecía desaparecer en las sombras, y el alegre murmullo de charlas y risas que acostumbraba a escuchar allí fue reemplazado por un inquietante silencio. "Algo anda mal. Conmigo, con el sitio o con… ellas. No debería entrar. Debo regresar", susurró, con la voz temblorosa de miedo. El miedo, constante compañero aquella tarde-noche, apretó con más fuerza su voluntad, sofocando los paupérrimos destellos de confianza en sí misma.


Sin fuerzas y apesadumbrada, se alejó del restaurante. Sus pasos iban cargados de decepción y arrepentimiento. Su cena con las amigas, un asidero para su tranquilidad, se había convertido en un espejismo en el desierto de su ansiedad. "Extrañé a mis amigos. Extrañé nuestras risas, nuestras historias compartidas", se lamentó, su voz apenas un susurro. "Pero no podía afrontar lo desconocido que me esperaba dentro. Ya no tengo el control de mi propia vida", confesó con la voz teñida de desesperación.


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