La sopa
Don Roñoso se había levantado generoso. Don Roñoso madrugó ese día derrochador. ¿Qué afán placentero, qué frenesí sin control había nacido esa mañana en este rácano señor?
Pues sí, señoras y señores, Don Roñoso se sorprendió en su cama del rico olor de la sopa de ajo de su vecina. “¡Qué aroma de ambrosía! ¡Qué alimento más suculento y tentador! Si la necia de la casa de al lado es capaz de tal manjar, ¿qué no podré yo igualar e incluso mejorar?”
Y, codicioso, Don Roñoso prepara con agua, ajo y poco más un puchero que arrima a la calefacción (no seamos derrochones, que el fogón está muy caro).
Y tras un rato se dispone a comerla con tenedor. ¡No comamos rápido, piensa Don Roñoso, que así lo disfrutaré mejor!
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