De lo que no se sabe, mejor callar.
L. Wittgenstein
(Sintonía estridente de programa televisivo).
(Plano general del plató – Plano general de las gradas con público entusiasta aplaudiendo).
(La sintonía y los aplausos terminan – Fade off).
(Primer plano con travelling hacia el presentador).
(Y tres, dos, uno).
— ¡Buenas noches, queridos amigos! ¡Una noche más con ustedes, Rigoberto Picaporte, el reportero de mucho porte, en Ajoblanco, su programa favorito de las noches del sábado!
(Aplausos y Sintonía breve).
— Hoy, como no podría ser menos, tenemos a todos los famosos de nuestro país y del extranjero. ¡La más rabiosa actualidad del mundo del corazón! Vamos ya con nuestro sumario.
(Cambio de escena – Animación CGI con la mascota del programa: Ajito).
(Cartelera con voz en off: “Empezamos ya con la entrevista al renombrado y polémico escritor Óscar Wilde. Después haremos un reportaje monográfico de los pintores impresionistas franceses. ¿Modernidad o timo? Para terminar, contaremos con la inestimable colaboración de nuestros colaboradores, el Reporter Tribulete, Doña Urraca y Anacleto, paparazzi secreto, pasando revista a la actualidad de nuestros famosos. En la actuación musical, los inclasificables Erik Satie y los Gymnopedios. ¡Que lo disfruten!”).
(Aplausos del público – Sintonía breve).
(Paso de nuevo a Rigoberto).
— ¡Bien, empezamos recibiendo a nuestro invitado de la noche! ¡Señoras y señores: Oscar Wilde!
(Aplausos y sintonía breve).
(El invitado se presenta con traje morado. Pañuelo verde alrededor del cuello y en la solapa de la chaqueta. Zapatos de punta. Lleva sombrero tocado con una pluma de pavo real).
(Rigoberto se levanta y le ofrece la mano amistosamente a Óscar. Ambos se funden en un cerrado abrazo).
— ¡Buenas noches, Óscar! Me permitirás el tuteo, ¿verdad? ¡Bienvenido a nuestro programa!
— Buenas noches Señor Picaporte ¡Perdona! ¡Rigoberto! ¡No te había reconocido: he cambiado mucho!
(Risas).
— Ahora quisiera poner en antecedentes a nuestro público. A raíz del estreno de su última obra, “La importancia de llamarse Ernesto”, el Marqués de Queensberry montó un sonoro escándalo, acusando a nuestro invitado de… digámoslo con sus propias palabras… ¡Somdomita!
(Murmullo del público, varias risitas aisladas).
— Después, nuestro invitado llevó a los tribunales al Marqués, pero se desestimó la causa y ahora se encuentra acusado de “tosca indecencia”. La causa será el próximo día tres y nosotros, siempre con la más rabiosa actualidad, queremos adelantarnos y conocer de primera mano las opiniones del más insigne y sin duda polémico escritor irlandés.
— Disculpe, pero hace muchos años que vivo en Londres y me considero más un escritor de la City que de provincias.
— ¡Claro, claro! Dinos, Óscar, ¿cómo lleva tener una causa judicial tan sumamente – cómo diría yo – candente con enemigos tan significativos?
— Pues perdonándoles, ¿cómo no? No hay nada que les enfurezca más.
(Risas).
— Desde hace tiempo se considera que tus obras son de dudosa moralidad. Hace tiempo que estás en la palestra de las asociaciones más conservadoras de Inglaterra. Está claro que eres un autor para amar o para odiar. ¿Cómo te sientes con estas críticas?
— Pues, la verdad es que no me sorprende. Estoy acostumbrado. Mi carrera siempre ha sido así, incluso mis obras para público infantil han sido tratadas de obscenas. El mundo llama inmorales a los libros que explican su propia vergüenza y no me arrepiento de ninguna de mis obras. Muy al contrario. Las considero pertinentes en grado sumo.
— También critican por tu indumentaria, aunque nosotros no podríamos hacerlo, porque siempre te hemos votado como el hombre mejor vestido del año.
— ¡Muchas gracias, Rigoberto! Siempre he considerado que ser natural es la más difícil de las poses. Pero, después de todo, ¿qué es la moda? Desde el punto de vista artístico resulta una forma de fealdad tan intolerable que nos vemos obligados a cambiarla cada seis meses.
(Risas y aplausos).
— Parece ser que los abogados de la acusación tienen preparo una serie de alegatos virulentos y difíciles. Esperamos que su abogado sea capaz de campear con las acusaciones. ¿No es así, querido Óscar?
— Esto no es ficción, sin duda. En los libros, los buenos terminan felices mientras que los malos son desgraciados. No es así en la vida real. Además es absurdo dividir a la gente en buena y mala. La gente es tan sólo encantadora y aburrida.
— ¿Cómo te ves ahora, en estas circunstancias tan terribles? Sabemos que muchos amigos te arropan.
— ¡No son tan terribles! Confío en poder salir indemne de la causa. La verdad es que no puedo contar con muchos amigos. Cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo, sobretodo si viste tanto como ser hoy mi “amigo”. Simpatizar con los éxitos requiere de una naturaleza delicadísima. A veces pienso que el número de los que nos envidian confirma nuestras capacidades.
— Pues, Óscar, las tuyas deben ser muchas, porque el número de tus enemigos es grande y poderoso. El castigo que contempla la causa con respecto a la gravedad de las acusaciones es muy “fueerrtee”.
— Ya lo sé, y no deja de preocuparme. Desde aquí hago un llamamiento para aliviar la condena a los Uranistas que se encuentran en prisión haciendo trabajos forzados, cosa terriblemente inapropiada, porque el trabajo es el refugio de los que no tienen nada que hacer. Una sociedad se embrutece más con el empleo habitual de los castigos que con la repetición de los delitos. He aquí un pensamiento para los legisladores.
— ¿Cómo consideras al Marqués de Queensberry, Óscar?
Pues te diré que un cínico es un hombre que sabe el precio de las cosas e ignora aún el valor de una sola. Y el Marqués ignora qué es el amor.
(Aplausos, el presentador interrumpe).
— ¿Y qué es el amor, Óscar? ¿Qué es “el amor que no osa decir su nombre”?
— En la actualidad debe considerarse como el afecto que un varón experimentado le demuestra a un joven. Es un afecto puro y perfecto, patrón de grandes obras artísticas. Debemos mantener en secreto su nombre por vergüenza, como Lord Voldemord en las novelas de Harry Potter. Es por él por lo que voy a ser encausado. Su belleza es refinada y la más noble de las demostraciones de cariño. Nada en él es antinatural. Su naturaleza es de orden intelectual, saliendo el joven amante el más beneficiado con la relación al presentarse ante él todas las alegrías, esperanzas y, ¿por qué no decirlo? el glamour de la vida. De lo que no me cabe duda es que el mundo no está preparado para este amor y por eso hace escarnio de él?
(Aplausos, algunos miembros del público se muestran enfadados con el invitado – Sintonía breve).
— De todo esto que nos dices, parece que, según tú, un hombre no pudiera ser feliz con una mujer.
— No es cierto que diga eso. Sólo que sólo se es feliz con una mujer si no la amamos. Siempre he dicho que entre un hombre y una mujer no puede haber una relación de amistad. De amor, de odio, de lo que sea. Pero nunca de amistad.
(Murmullos).
— ¡Menuda idea!
— El valor de una idea no tiene nada que ver con la sinceridad del hombre que la expone.
— ¡En fin! Toda tu vida parece haberse rodeado de la polémica. Siempre te han tachado de afeminado y extravagante. ¿Qué opinas?
— Vivir es lo más raro de este mundo, Rigoberto, pues la mayor parte de las personas no hacemos otra cosa que existir. A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto y de pronto toda nuestra vida se concentra en un instante. Pues bien. Yo pretendo vivir el momento sin renunciar a nada. Todo hay que saber disfrutarlo …y amarlo, tú me entiendes.
(Óscar le guiña el ojo a Rigoberto).
— ¡Me parece que eres un pelín viciosillo! ¿Eh, ladrón?
(Risas).
— ¡Me minusvaloras Rigoberto! Los placeres sencillos son el último refugio del hombre complicado, y yo me considero… por lo menos… poliédrico.
— ¿No será que tienes mucho teatro?
— No, yo soy sencillo en mi complicada naturalidad. Claro está que no pretendo aparentar. Aunque el mundo sea un teatro, no debemos fingir. Ya hay demasiados actores deplorables en el drama de la vida como para añadir uno más.
— Para terminar, Óscar, respóndeme a esta última pregunta. ¿Te consideras un hombre experimentado en ese tipo de amor?
— ¡No, por favor! Uno ha hecho muchas cosas en la vida, pero la experiencia no es un grado. Es, más bien, el nombre que le damos a nuestras equivocaciones. Pero, si quieres que te responda a esa pregunta, lee entre líneas esto que te digo: puedo resistirlo todo, excepto la tentación.
(Risas – Sintonía larga).
— ¡Ja, ja, ja! ¡Muchas gracias, Óscar, por haber venido y mucha suerte en los tribunales!
— ¡A ti, Rigoberto, a ti!
Relato para el Taller Literario del treinta y uno de enero de 2008.
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